La descarga récord de Firefox –más de 8 millones el primer día y más de 15,5 millones de usuarios cuando escribo estas líneas– obligará a quien toque a hacer la correspondiente lectura, en clave económica, social o tecnológica.
Lo cierto es que la promoción previa y la publicidad de la fundación Mozilla han dado sus frutos.
Soy partidario del software libre y repito, como ya he dicho en alguna ocasión, que libre no significa gratuito, si bien su descarga suele ser gratuita…
De la misma forma que me he alegra el éxito de Firefox, propugno que se haga más publicidad del software libre. Creo firmemente que un márketing adecuado daría como fruto un incremento de utilización de este tipo de programas y sistemas operativos, y que la gente corriente perdería el miedo a su uso.
Y es aquí, en este punto, donde el bitólogo Benjamí Villoslada discrepa ligeramente: «El software libre no necesita publicidad sino educación» (sugiero leer entera la entrada de su blog, titulada, ¿Necesita publicidad el software libre?, para disfrutar con la ironía, humor y mala leche que destila el texto, sobre todo cuando hace ciertos paralelismos con la religión).
No puedo estar más de acuerdo con la frase de Benjamí: en efecto, enseñarlo en las escuelas y en la Universidad es una apuesta básica para aceptar como normal y cotidiano el uso de Linux y de programas como Open Office o Gimp, de la misma forma que ya nadie se pregunta cómo usar un ordenador con Windows preinstalado, cómo escribir una carta mediante el editor Word o cómo retocar una foto con el (por otro lado fabuloso) Photoshop.
Si enseñáramos a nuestros hijos a usar herramientas libres y gratuitas quizá evitaríamos de paso el pirateo de tantos programas que, curiosamente, sólo funcionan con Windows.