La ranita de ojos rojos que sale en la portada de Lonely Planet, fotografiada por el autor.

Como os decía en la entrada anterior, este es el relato del viaje a Costa Rica que iniciamos el día 12 de julio de 2008 y que recupero ahora, diez años después. Lo contratamos algunas semanas antes. Habíamos aceptado una idea de Iván, el amable empleado de la agencia de viajes que tengo al lado de mi trabajo.

Era un circuito por el país centroamericano de la mayorista Mundicolor, que se denominaba ‘Parques Nacionales al Completo‘ (en el enlace, los existentes). Pero, claro, ese «todos» se concretaba en nueve noches y ocho días: cuatro de esas jornadas eran viajes en tránsito entre las diversas zonas del país, realizados en autocar a través de las muy peculiares carreteras costarricenses, y las otras cuatro sí. ya de disfrute de varios de esos parques (que en realidad son 27, nada menos) .

Aprovechamos los días anteriores a los de la partida para comprar varias cosas, como por ejemplo, una guía de viajes y material contra las picaduras de mosquitos, que allí abundan. Asesorados por mi amiga Asunción, que había estado en Costa Rica el año anterior, optamos por adquirir la guía Lonely Planet y por el repelente antimosquitos Relec, el único que le dio buenos resultados.

Además de Relec, en la farmacia también compramos unos apósitos Compeed, el mejor remedio para las ampollas, así como un botiquín básico en el que no podía faltar ni el Fortasec, para el caso de las probables diarreas tropicales, ni lo contrario, dado que la dieta del país se basa en el arroz y los frijoles. Completamos el lote con un aerosol para fumigar la habitación por la noche y un enchufe para ahuyentar insectos. ¿Exagerado? Ni mucho menos.

Otro de los consejos que nos dio Asunción fue el tipo de ropa que debíamos llevar: pantalones largos, camisetas de algodón y botas o calzado cómodo, adecuado para caminar bajo la lluvia. En efecto, durante nuestro verano, Costa Rica está en plena estación húmeda y llueve cada día. Si tienes suerte, lo hace por la noche.

Nos acercamos de nuevo a la tienda en la que nos habíamos comprado días atrás unas botas de goretex y que quisimos probar antes para evitar posibles ampollas, y adquirimos unas capelinas, esos chubasqueros ligeros, baratos y de puro plástico, que son perfectos para no calarte con los habituales chubascos tropicales.

Pertrechados con las compras, tocaba hacer la maleta. Dos, mejor que una, y con todo bien repartido, no fuera que la compañía aérea nos perdiera alguna.