Me preocupa que lo más urgente que tienen algunos jóvenes –creo que sólo es una minoría– entre manos sea la práctica del botellón.
El chiste de Romeu en El País, ayer sábado, era clarificador: destrozarse el hígado –o el tabique nasal, como hacen otros– para ser rebelde no es muy inteligente.
De ello se aprovecha precisamente el sistema a quien creen combatir.
Por eso, mientras los poderes miran con preocupación hacia Francia, hacia la revuelta estudiantil, hacia los contratos menos que basura, esos mismos poderes se ríen de esa otra juventud que protesta porque no la dejan beber en la calle.
No estoy en absoluto de acuerdo con quienes dicen que es «una manifestación pacífica de ocio». Beber una copa en compañía, puede serlo. Tomar una botella entera, o sea, emborracharse en menor o mayor grado, no lo es.
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