Desde hace ya unos cuantos años me ha atraído la opción de hacer funcionar estas máquinas mediante el llamado software libre (SL), que no significa gratuito, aunque para un usuario doméstico prácticamente lo sea.
Para mi, primero fue como un juego. Ese desafío que supone enfrentarte a instalar un sistema operativo nuevo, con sus programas, sin aceptar los condicionantes del software propietario, en su mayor parte encarnado en los productos de la empresa Microsoft.
Lo intenté con todas las distribuciones conocidas: Red Hat (ahora Fedora), SuSE (ahora de Novell), Mandrake… No me atreví con la Debian, aunque es quizá la más «libre» de todas y ahora es la que utilizo más a través de la versión Ubuntu.
Cierto que parece más fácil pelearse con un Windows y que sus programas son tan habituales que lidiar con otros, visualmente distintos, resulta un palo.
La facilidad de conseguir programas «propietarios» pirateados resulta a la postre un problema para el SL, porque dejas de lado el esfuerzo de probar cosas nuevas, que usar las ya conocidas, aunque no sean legales.
Y aquí es donde entra la opción ética: a diferencia de los productos como los de Microsoft, copiar y distribuir el SL es totalmente legal. Nadie dice que sea gratuito, pero te lo puede regalar tu amigo, tu profe, tu vecino…
De hecho, mañana mismo (domingo, 19 de junio), El Periódico de Catalunya regalará la Catix, una distribución catalana del sistema operativo GNU/Linux que permitirá a miles de personas, como mínimo, «ver de qué va eso del Linux». Y si, además, queréis averiguar algunos falsos mitos sobre el sistema operativo del pingüino, nada mejor que echarle una ojeada a un texto escrito por el joven psicólogo mexicano Manuel Montoya en su espacio Mononeurona. Con su permiso, lo copiaré en la página En profundidad.
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