Paseando esta mañana por Barcelona, de repente, he visto el pino en una azotea. No era excesivamente grande, pero lo suficiente como para poderlo ver desde la calle.
Horas después su propietario me contaba su pequeña historia.
Hace unos diez años, un amigo y él habían ido en busca de setas a los bosques del Maresme. En un pinar en el que recogieron unos cuantos níscalos, nuestro hombre cogió también unas piñas piñoneras.
Al llegar a su casa, hizo un pequeño experimento. Sembró unos cuantos piñones en otras tantas macetas y las fue regando día sí y día no. Al cabo de una semana comprobó que algunos piñones habían eclosionado y siguió cuidándoles. Al cabo de un tiempo surgió una minúscula ramita con cuatro pelillos en forma de ramas.
Hoy, es ese árbol en la azotea… y quince más junto a una masía de Osona, donde nuestro protagonista trasplantó los otros retoños.
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