Playa de Tortuguero

Es la noche del lunes, 14 de julio . A las 8 de la tarde, la oscuridad es casi total en el hotel donde estamos alojados, en Tortuguero. Varias embarcaciones nos recogen con destino al pueblo. Vestimos de oscuro y llevamos calzado adecuado para andar un buen rato.
Una vez hemos desembarcado en el pueblo de Tortuguero, el guía Ray nos reparte en varios pequeños subgrupos, encabezados cada uno de ellos por guías locales que se encargan de 8 o 10 personas cada uno. Siguiendo a estos últimos, nos dispersamos a lo largo de un camino paralelo a la playa.
Unos ojeadores, situados a lo largo de varios kilómetros de playa y comunicándose entre sí mediante walkies-talkies, nos indican en qué punto de la costa acaba de surgir una gran tortuga y empieza a desovar. Hemos de andar en paralelo a la playa un par de kilómetros, hasta situarnos en el punto más cercano al nido.
Tras esperar la señal adecuada, el guía local, armado con una literna con una luz roja, indica que entremos en la playa. A unos metros a nuestra izquierda muestra un gran bulto negro que escarba en la arena y otro, enfrente, que empieza a salir del agua. Son dos gigantescas tortugas verdes de más de un metro de largo. Nos manda guardar silencio hasta que llegue el momento adecuado: cuando el animal esté poniendo los huevos y quede en una especie de trance.
La tortuga que acaba de salir del agua nota algo raro y, tras realizar el esfuerzo de deslizarse por la arena una decena de metros, realiza un amplio giro y enfila de nuevo hacia el agua. Viendo que no hará la puesta, el guía permite que nos acerquemos y contemplemos a la tortuga, sin molestarla, en su lenta huida. Es impresionante ver este animal de cerca. Las huellas que va dejando en tierra son casi de tractor. No es extraño: superan con facilidad los 200 kilos y sólo cuando llegan al agua se vuelven tan ligeras como un pez.
La otra tortuga ha empezado a desovar. Esperamos nuestro turno –somos tres grupos de unas diez personas cada uno– hasta que el guía nos hace una seña y enfoca la parte trasera del animal: como si defecara, va dejando caer huevo tras huevo en un enorme agujero de más de medio metro de profundidad, que ha excavado en la arena.
Los grupos nos vamos turnando en silencio, viendo diversas fases del parto. ¿Por qué no dejamos en paz a la pobre criatura?, piensas. Luego admites que esto es preferible a lo que pasaba antiguamente: se las cargaban para hacer sopa de tortuga y en las playas sólo quedaban caparazones.
Tortuguita de Tortuguero

Cuando la tortuga empieza a cubrir los huevos con arena –aún faltan un par de meses para que nazcan las crías– es el momento de retirarse. No hay que molestarla en su vuelta al mar. Dejará tapados los huevos, quizá haga otro pequeño agujero para despistar a los depredadores y se arrastrará de nuevo hacia el mar.
Volvemos hacia el pueblo de Tortuguero y voy charlando con el guía. De joven él también cazó y comió tortuga. Ahora es uno más de los muchos guías del pueblo, que ha podido reconvertirse en privigeliada atalaya de observación, aunque la economía dependa ahora sólo del turismo o casi.
En el embarcadero se encuentra Ray. Ni rastro de los otros dos subgrupos. Al parecer han tenido problemas para avistar tortugas en una parte y han tenido que desplazarse hacia la otra punta de la barra de arena, a cuatro o cinco kilómetros.
Así que, tras dejar un mensaje a otro guía, nuestra barca regresa hacia el hotel. Son cerca de las 11 de una noche cerrada y nubes amenazadoras han empezado a cubrir un cielo donde la luna llena nos había permitido ver sin problemas la puesta de las tortugas.
Cuando pisamos el embarcadero, empiezan a caer los primeros goterones, que se convierten en chubasco al entrar en la habitación. Un aguacero fuerte y sonoro que duró hasta más allá de las 6 de la mañana. Hay quien no dormirá apenas esta noche, pensando en el escaso espacio de tierra firme que hay ente los canales y el cercano y rugiente Caribe.