Explica hoy el periodista Ignacio Vidal Folch que se ha encontrado unos libros en la acera y que se los ha llevado a casa.
Me reconozco en el texto y en el gesto de este escritor y antiguo compañero, porque no es la primera vez que veo a alguien dejar algún ejemplar junto a un contenedor y acudir, casi inmediatamente, para ver de qué se trata. Lo hago con cierta vergüenza, quizá por miedo a ser confundido con uno de esos vagabundos que rebuscan en las basuras, recojo el ejemplar y lo subo a mi casa, junto a los otros centenares de libros que malviven en dos o tres filas en mis estanterías.
Yo no llego a citar títulos de tanta alcurnia, como Ignacio, pero la colección de El Capitán Trueno que recogí hace meses en la calle creo que está a la altura.
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¿Cómo nos extraña todavía esto?
¿Sabes que existe en algunos países civilizados esta costumbre?
Que no degrada al que los deja ni al que los coje, que uno y otro pueden cambiar sus papeles, el que hoy deja luego coje y a la inversa…
Lo que es de verdad penoso es cuando se echan al contenedor, eso sí que degrada y conlleva una diferencia.