Camilo José Cela, junto a Paco Rabal y otros actores.

Estos días se ha estrenado ‘Alcarràs‘, el filme de Carla Simón premiado en el Festival de Berlín y aplaudida por el público y la crítica. Pero hoy no os hablo de esta película, ya que hace unas semanas escribí sobre su autora y la pujanza de un puñado de nuevas directoras en el Catalunya Plural. Sólo os sugiero que vayáis a verla, si aún no lo habéis hecho. Es muy recomendable.

Pero hoy quiero aprovechar la ocasión para citar otra gran película española que fue galardonada en ese mismo certamen hace casi 40 años. Fue en la 33ª edición de la Berlinale, en 1983. Me refiero a ‘La colmena‘, de Mario Camus, adaptación de la magnífica novela de Camilo José Cela que hizo no su director sino el productor de la película, el famoso productor José Luis Dibildos. Un trabajo redondo, gracias a la acertada dirección de Camus, a una fotografía en claroscuros de Hans Burman y la apropiada música de Antón García Abril.

Aquella historia ambientada en el Madrid de los años 40 del siglo XX, en una posguerra donde había más hambre que vergüenza, reunió en su versión cinematográfica a un puñado de los mejores actores del cine español, con José Sacristán, Paco Rabal, José Luis López Vázquez, Mario Pardo, Ana Belén, Concha Velasco y Fiorella Faltoyano al frente del elenco.

En 1982, yo era un joven periodista de 24 años que colaboraba en la revista Fotogramas y en otros medios. Fue así como pude asistir un día al rodaje de ‘La colmena’ en los decorados que recreaban el café La Delicia, donde se reunían los variopintos personajes que, con una taza de café con leche, alargaban la tarde huyendo del frío callejero y hablaban de sueños irrealizables.

El texto que ahora reproduzco lo publiqué en el número de marzo de aquel año y trataba sobre la escena que recoge el vídeo un poco más abajo.

Después de una noche de resaca, levantarse antes de las siete de la mañana para poder estar a las siete y media en los estudios Cinearte de Madrid era una tarea de masoquistas. [Fueron los primeros estudios sonoros abiertos en Madrid y estaban situados en pleno casco antiguo, en la plaza del Conde de Barajas]

A esa hora estaban citados todos los componentes del equipo que dirige Mario Camus. Las maquilladoras, dirigidas por Julián Ruiz, no habían tenido mucho trabajo. No había actrices y los actores no necesitaban excesivo maquillaje. León Revuelta, el figurinista, había dejado a punto a un sereno, con su bastón, y a cuatro extras vestidos con abrigos y sombreros años 40.

Pepe Sacristán se toma un café en el bar de los estudios. Una barba de tres días le da un aspecto de famélico escritor de la época. Manolo Zarzo está impecablemente vestido de camarero, al igual que Luis Barbero. Me acerco a Federico Grau, fotógrafo del rodaje, que se queda asombrado de la hora tan temprana en que llego: “La señora ministra no llegará hasta el mediodía”. No tardo en desengañarle. Mi interés es hacia el rodaje, únicamente.

Paso al interior del estudio. Un enorme decorado, de más de 700 metros cuadrados, refleja un café de principios de siglo, convenientemente envejecido. En un sillón corrido, de un color rojo fuerte, junto a la puerta giratoria, está Mario Camus leyendo tranquilamente el periódico. Me acerco a él y me recibe con cierta sorpresa, por la hora. “Hemos adelantado en dos días el plan de rodaje. El accidente que tuvo ayer María Luisa Ponte nos hace retrasar algunos planos. Por eso acabamos hoy aquí”.

Al parecer, lo viejo de los camerinos hizo que alguna tabla medio podrida le gastara una mala pasada a la actriz. No ha sido nada grave, pero como tiene problemas de circulación, ha tenido que hacerse unos análisis”, me dice Fernando Corujedo, jefe de prensa en esta película, un asturiano que lleva 12 años trabajando con Camilo José Cela. “La versión hecha por Dibildos está bastante bien. Refleja el espíritu de la novela”.

A las 10.30 se rueda el primer plano. “¡Motor! ¡Acción!”. dice Camus. Se empieza a rodar. Es un plano largo que acaba en un Pepe Sacristán lector de un libro de poemas. “¿Cómo ha quedado, Manolo?”, dice Mario tras un muy quedo “¡Corten!”. “Bien, muy bien”, replica Velasco [el entonces cámara y luego director de fotografía Manolo Velasco, hermano de la actriz Concha Velasco y padre de la también actriz Manuela Velasco].

Siguiendo con su forma tradicional de hacer cine, Mario Camus repite la escena desde otro ángulo. No es necesariamente un contraplano. Manolo Zarzo se queja, bromeando, de que está allí desde las siete y media. Mientras se prepara otro plano, aparece José Luis López Vázquez. Me soplan que existe una amistosa competencia entre tan buenos actores. José Luis me comenta que “vengo al quite, por si acaso hay que hacer alguna cosa”, y se va al camerino a vestirse de época.

“Que te has equivocado de día”, le dice sonriente Mario Camus. “Estoy de guardia”, responde también sonriente José Luis. Mientras quitan los raíles del travelling para tomar un primer plano de Pepe Sacristán, un joven actor que hace de aprendiz de camarero se instruye en el oficio preguntando a los actores más experimentados. Paco Rabal aparece por allí y pasa por el maquillaje.

Una escena de la película, con Paco Rabal a la izquierda y Pepe Sacristán a la derecha.

Las cicatrices que surcan su rostro quedan perfectamente cubiertas. “Estoy muy contento de trabajar en esta película y de que mi hijo esté de ayudante de Mario”, dice el actor mientras dedica un gesto cariñoso a Benito [Rabal].

Fiorella Faltoyano y Ricardo Tundidor hacen su aparición por los estudios, mientras un buen número de fotógrafos y periodistas se aprestan a recibir a Soledad Becerril. José Luis Dibildos, perfecto anfitrión, recibe a la ministra de Cultura en medio de una nube de flashes. [fue la primera mujer en ocupar una cartera ministerial desde la Segunda República].

En el plató se para unos minutos. Los actores se apretujan junto a Soledad Becerril para las fotos de rigor. Mientras la corte de la ministra sube al tercer piso para contemplar unas escenas, Mario canturrea divertido, preparando la última escena de hoy.

Echan a Martin Marco (interpretado por Pepe Sacristán) del café de Doña Rosa por no poder pagar el café. Manolo Zarzo no se anda con contemplaciones en su papel de encargado. Las escenas de María Luisa Ponte como Doña Rosa se han aplazado. El rincón del decorado correspondiente a su cuarto y al mostrador del café, quedaran fijos para cuando la actriz esté recuperada.

“¡Corten! ¡Vale por hoy!”, dice Mario. “Mañana a las ocho”, dice Benito y cita el siguiente lugar a rodar. Todo el mundo bromea. Afuera siguen los compañeros de la prensa esperando a la ministra. Me despido y salgo a la soleada plaza Mayor. Es la una y media de la tarde y hace un calor húmedo.