Este domingo, la directora de cine Isabel Coixet escribía en el suplemento Dominical de El Periódico un entrañable artículo en el que relataba su amistad con la actriz y realizadora argentina Julia Solomonoff.
Ubico el tema para comentar una frase, que el editor del citado suplemento también ha destacado: «Hacer cine es de las pocas cosas por las cuales vale la pena darlo todo».
La frase, creo, tiene un punto de nostalgia.
Reconocida y premiada ahora, Coixet estuvo a punto de no hacer más cine a causa de un inicio frustrante, como ella reconoce: en 1989 rodó Demasiado viejo para morir joven, una película con algunos de los ingredientes de su cine posterior, pero con graves errores de guión y de reparto. Una época en que yo mismo rodé mi primer y único cortometraje, Quizá no sea demasiado tarde, con similares problemas que el largometraje de Isabel.
Coixet había hecho publicidad, un terreno al que volvió y que le dio y le sigue dando más ingresos que el cine, pero que le ha permitido aprender y financiar sus posteriores películas, algunas, notables, y otras, no tanto.
Pero es en este punto donde envidio a Isabel: su valentía, su capacidad para superar el escollo de ese primer tropezón y seguir, «en medio de las procelosas aguas del mundo del cine, donde se ahogan tantas buenas intenciones, tantos talentos e ideas desaprovechadas».