Sigo con el relato del viaje que hicimos a Costa Rica hace diez años. El texto de hoy corresponde al día 15 de julio de 2008. Fue una jornada de tránsito, de esas que se te hacen pesadas, porque prácticamente no sales del autocar en el que viajas.
Como os decía, fue un día largo y pesado. Empezó a eso de las 7 de la mañana en el hotel de Tortuguero y había salido el sol después de una noche espectacular. La lluvia no dejó de caer con fuerza y continuamente durante horas y horas.
Al llegar a Caño Blanco, el puerto desde donde habíamos accedido al Turtle Beach Lodge, nos esperaba un autocar con un nuevo guía, llamado Germán Meza, todo un veterano a punto de jubilarse. Era el encargado de entretenernos mientras realizábamos el trayecto hasta el volcán Arenal, nuestro próximo destino.
Los 170 kilómetros que nos separaban del Parque Nacional del volcán, junto al pueblo de La Fortuna, en la provincia de Alajuela, se alargó durante más de cuatro horas, con algunas paradas ‘técnicas’, incluida una para comer.
Entre medio pasamos junto a una de las muchas factorías bananeras donde se preparan las bananas que luego se distribuyen por todo el mundo. En la historia del país aparece también la compañía Unit Fruit de EEUU, responsable de tantos desaguisados económicos, sociales y políticos en Centro y Suramérica.
La primera parada fue a medio centenar de kilómetros del punto de partida, en un área de servicio llamado Servicentro Santa Clara, en el municipio de Guápiles, para tomar un refresco en el bareto de la gasolinera. La segunda, en medio de la carretera que nos llevaba hacia Arenal, para descubrir un perezoso en un árbol.
Este animal, que es uno de los símbolos de Costa Rica, puede parecer un mono, por la forma en que se mueve y que siempre está subido a los árboles. Pero no es un primate, sino que se encuentran emparentados con los osos hormigueros y, más lejanamente, con los armadillos, según explica la Wikipedia.
A primera hora de la tarde ya estábamos dejando nuestros trastos en uno de los bungalós del hotel Las Cabañitas, a un par de kilómetros de La Fortuna, la población más cercana al Parque Nacional Arenal, cuya cima vimos cubierta por una especie de neblina, sin saber si eran nubes o vapor que salía del volcán.
El autocar nos acercó luego al pueblo, donde paseamos un rato por el (más bien escaso) centro, donde sólo destacaba una iglesia no muy antigua. El resto de edificios se distribuía a lo largo de la carretera que atravesaba el municipio, básicamente tiendas y restaurantes.
Tras pasear unas horas por la localidad, ver la iglesia, descubrir la presencia de un árbol llamado ylang-ylang (conocido por su agradable aroma y sus múltiples propiedades, entre ellas la de ser antinflamatorio) en una plaza y tomar algo en un bareto, nos volvimos hacia el hotel, teniendo en el horizonte la presencia imponente del volcán Arenal, que emitía un sordo rumor y cuya cumbre aparecía rodeada de nubes.
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