Seamos incorrectos por una vez, no seamos mojigatos y comprendamos las necesidades del curita que al parecer se prostituía a través de internet, ahora que el arzobispado de Toledo está examinando su caso.
Y digo al parecer, porque igual no se comía una rosca.
Imaginen por un momento a un chaval en plena efervescencia hormonal, con más de diez años de reclusión voluntaria en las filas de Rouco y compañía, y sin las posibilidades que tienen los protestantes de formar una familia normal.
Supongamos que era tímido y que llevaba cuatro días de párroco en ese pueblo perdido de Toledo, donde hay pocas oportunidades para lo que ustedes ya saben.
¿La solución? Si Mahoma no podía ir a la montaña, quizá podía hacer que la montaña fuera a Mahoma: internet (ese medio barato y falsamente anónimo donde exponemos de todo y compramos y vendemos de todo). Así que ofrecerse como gigoló podía servirle para cubrir sus imperiosas necesidades sexuales y, además, sacarse un dinerito.
Y vaya usted a saber: siempre hay alguien que puede desear echar un polvete con un muchachote así.
Ay… Como hubiera dicho el genial Pepe Rubianes: eso les pasa por follar poco.