Prosigo con el relato del viaje que hicimos a Costa Rica hace diez años. El texto de hoy corresponde al 20 de julio del 2008. El día amaneció radiante en nuestra habitación del hotel Villa Teca. Esa noche habíamos dormido con el aire acondicionado puesto a causa del bochorno nocturno.

Nos levantamos a las 7 de la mañana y ya hacía un calor húmedo. En cuanto salías al exterior el sudor se te pegaba al cuerpo.. Tomamos el desayuno y subimos al autocar que nos llevaría a la que sería la última excursión incluida en el paquete del viaje: el pequeño parque nacional de Manuel Antonio.

Hacia el parque

Germán, nuestro guía habitual, nos sorprendió al convertirse en el cicerone de la excursión. Pagó la entrada de todo el grupo y nos explicó algunas cosas básicas del parque. Luego nos condujo en una amena caminata hasta un mirador.

La subida, en medio de una vegetación bastante espesa, no era muy pronunciada, pero no recuerdo haber sudado tanto en mi vida. En el desierto, por ejemplo, el sudor se evapora con tanta rapidez, que casi ni te das cuenta. Pero en ese ambiente tropical y selvático, los goterones de sudor se deslizaban por nuestra cara, formando riachuelos imparables.

Al llegar a la cima, la vista compensó la subida: entre la vegetación pudimos ver las preciosas playas del sur, las que miraban hacia la no muy lejana Panamá. Menos mal que, de bajada, la idea de todos era bañarnos en las cálidas aguas de las playas del parque, llegar a mojarnos en el Pacífico.

Una playita con iguanas

Primero visitamos una playita, más bien pequeña, con la promesa de Germán de que la otra, la grande, estaba justo detrás de una gran roca que se elevaba frente a nosotros. En esa primera cala de arena blanca habitaban unas iguanas que no se asustaron al vernos, ni al hacerles las fotos que veis en este artículo.

Arena blanca y mar caliente

Tras las fotos de rigor, seguimos hasta la otra playa. Pasamos de nuevo por entre una espesa vegetación y de repente se abrió un gran claro que permitió ver una extensión arenosa realmente bonita y lo suficientemente amplia como para albergar al montón de turistas que estábamos visitando el parque. Los ‘ticos’ se quedaban generalmente fuera, en la parte pública y gratuita. Esta era de pago.

Monadas

Bañarse en el Pacífico mereció realmente la pena. El mar estaba caliente, como yo nunca la había encontrado antes, ni en Cuba. Aún así, se estaba mejor en el agua que fuera, porque estar bajo el sol de Costa Rica era quedar fritos en unos minutos. Menos mal que los árboles y la vegetación del parque proporcionaban unas sombras muy agradables.

Y allí, en las ramas de los árboles más cercanos a nosotros, habitaba una familia de monos que aprovecharon el menor descuido de los turistas para sisar piezas de comida entre las risas de la chiquillería.

Chiringuitos

La idea inicial era acabar el baño y la excursión para estar en el autocar hacia la 1 del mediodía, pero un pacto entre todos, guía incluido, facilitó un aplazamiento de la vuelta al hotel y poder comer un pescadito a la plancha en uno de los restaurantes del lugar.

Era casi el único, porque la otra opción era una tapa en los chinguitos que había entre las innumerables tiendas de recuerdos instaladas todo a lo largo de la playa pública, donde los vendedores, en general amables, pero insistentes, se acercan a los turistas con sus mercancías en ristre.

Tras la comida, servida con la tradicional lentitud tica, pusimos rumbo al hotel. Era el momento de preparar las maletas y descansar un rato.

Quepos la nuit

Ya por la noche decidimos despedirnos de Quepos en un restaurante popular, que allí llaman «sodas», porque no sirven alcohol, a diferencia de los bares y restaurantes.

Pues en uno de ellos nos tomamos unos batidos de fruta excelentes, un casado de pollo con arroz y un pescado. Fue una buena despedida de la ciudad y de Costa Rica. Y como el día anterior, cogimos un taxi para volver a nuestro hotel.

El viaje de vuelta

El día siguiente, 21 de julio de 2008, iba a ser muy, muy largo y, sin que lo supiéramos entonces, incluiría un retraso de más de 12 horas en el avión de regreso a España, cortesía de la compañía Air Comet (ya desaparecida).

Pero dejémoslo aquí, con el buen sabor de boca de un país que merece la pena visitar y volver varias veces.