Este viernes, día 10, pasan por TV-3 Chico & Rita, una película de animación para adultos que les recomiendo sinceramente.
Tiene aroma de cine clásico y ritmo cubano, con el color que le han proporcionado sus padres: Fernando Trueba y los hermanos Errando, con Javier Mariscal como figura más conocida.
Días atrás, publiqué en el diario El Periódico el artículo titulado «El diseñador del buen rollo», un perfil del dibujante, que quiero compartir también aquí, con vosotros.
Le conocí cuando aún no era famoso, en un piso compartido con otra mucha gente, y también cuando se mudó a su actual ubicación, en Palo Alto, en el barrio del Poblenou de Barcelona.
Sé que el estudio pasa por problemas económicos, como muchas otras empresas, pero espero que los premios a su película les ayuden a seguir adelante.

Aquest divendres, dia 10, passen per TV-3 Chico & Rita, una pel·lícula d’animació per a adults que els recomano sincerament. Té aroma de cinema clàssic i ritme cubà, amb el color que li han proporcionat els seus pares: Fernando Trueba i els germans Errando, amb Javier Mariscal com a figura més coneguda.
Dies enrere, vaig publicar al diari El Periódico l’article titulat «El dissenyador del bon rotllo», un perfil del dibuixant, que vull compartir també aquí, amb vosaltres.
El vaig conèixer quan encara no era famós, en un pis compartit amb una altra molta gent, i també quan es va mudar a la seva actual ubicació, a Palo Alto, al barri del Poblenou de Barcelona.
Sé que l’estudi passa per problemes econòmics, com moltes altres empreses, però espero que els premis a la seva pel·lícula els ajudin a seguir endavant.

Javier Mariscal, artista total.
El padre de Cobi, la mascota de Barcelona-92, ha recorrido un largo camino desde que creó ‘Los garriris’ en los años 70 hasta optar al Oscar por ‘Chico y Rita’.
En el trayecto que va desde los primeros garabatos que Javier Mariscal publicó en la extinta revista El Víbora, a finales de los años 70, y la candidatura al Oscar por su codirección en la película de animación Chico y Rita, median 40 años y un perro listo que ganó la olimpiada de los Juegos de Barcelona-92.
Niño disléxico en el seno de una familia valenciana con 11 hermanos, Javier Errando Mariscal se instaló en Barcelona en 1971 para estudiar diseño en la escuela Elisava. Eran unos años en los que el cómic underground llegaba a la España del franquismo agonizante. La autoedición estaba en la base de publicaciones nacidas en esa época, en la que cuatro fans de las historietas de EEUU eran capaces de montar un fanzine a base de unas cuartillas fotocopiadas y grapadas. Eran publicaciones como El Rrollo enmascarado o Star, en las que el dibujante se fogueó junto con su amigo Nazario Luque.

«En aquella época, en 1972, hacíamos unos tebeos que eran auténticos bombazos, porque utilizábamos el lenguaje de la calle y tocábamos temas del momento: las drogas y el rock», confesaba el dibujante.

Y muerto el dictador, llegaron los años de la movida de la plaza Reial y de la Rambla, del pintor Ocaña, de un hippismo anarquista y festivo, de un piso-comuna y comunal, la transición y una democracia fresca con aroma de maría. Y mujeres e hijos…
Mariscal y sus amigos se acostaban tarde y se levantaban a mediodía, pero el artista valenciano se lo curraba: exposiciones colectivas, diseños, pósteres y camisetas, anuncios de baretos… En 1978 se sacó de la manga su Abcdari il·lustrat y, en 1979, el cartel BarCelOna, un icono de la capital catalana: mar, cielo, bares.
Y apareció la revista El Víbora, cuna de la llamada línea chunga, heredera del underground estadounidense (en contraposición con la línea clara, influenciada por Hergé). En El Víbora empezaron a colaborar Nazario y Mariscal:

«Yo dibujaba tebeos porque era más barato que hacer cine, que era en realidad lo que yo quería», decía Mariscal. No cayó en el dibujo fácil que le sugería, casi exigía, el editor viborero, Josep Maria Berenguer, que le pedía «tetas».

El sexo era mucho más comercial que Los garriris, sus primeros dibujos seriados, unos personajes de trazos minimalistas y dinámicos, con un componente gamberro que les distanciaba de su lejana inspiración disneyana.
De ese lenguaje visual surgiría la idea de Cobi, el perro olímpico, cubista y picassiano. Una mascota que, de entrada, no gustó a casi nadie, pero de la que finalmente se encariñó medio mundo. Como con Petra, la niña sin brazos que fue mascota paralímpica.
Eran personajes que destilaban buen rollo, como su creador, un diseñador que sigue teniendo pinta de niño tímido, pelo largo y rizado, y gafas para la miopía. Un sabio despistado que no tiene nada de miope. En aquellos años, Mariscal compaginaba las exposiciones colectivas e individuales con los tebeos, la imagen gráfica y el diseño. Era muy rápido:

«Hago las cosas deprisa. A veces mis clientes se mosquean, porque en una sola tarde hago el trabajo que me han encargado. Pero yo siempre digo lo mismo: los trabajos los hago en 10 minutos, pero para pensarlos he tardado años», añadía.

En la tienda Vinçon del paseo de Gràcia exponía esculturas y vendía muebles y objetos de diseño. ¿Quién no recuerda sus divertidas sillas con orejas de ratón Mickey? ¿Y a su Gambrinus del Moll de la Fusta?
La definición de Trueba
La mascota de la Barcelona olímpica fue tan rentable para los organizadores de los JJOO como magnífica plataforma de lanzamiento del Mariscal diseñador: muebles, lámparas, sábanas, manteles o todo el interiorismo de tiendas, bares y hoteles, y hasta parque de atracciones. Frescos, mediterráneos, como el propio autor:

«A mí todo lo que dibuja Mariscal me produce buen rollo, una especie de alegría contagiosa, de sensualidad mezclada con una sonrisa de amor a la vida, a los cuerpos, a la música. Y a la vez es divertido, no hay solemnidad en su dibujo (…) es como un juego, como un baile».

Así le define el director Fernando Trueba, el cómplice de su penúltima peripecia, Chico y Rita.
Mariscal ya había hecho otras incursiones en el mundo del audiovisual y del cine de animación. Además de la serie protagonizada por Cobi, había montado el espectáculo Colors, rodado anuncios y hasta las cortinillas televisivas de Antena 3. Pero su encuentro con Trueba no es de ahora. Ambos eran amigos desde hace más de 10 años, cuando Mariscal diseñó los carteles del documental musical Calle 54. Y el dibujante también había rodado un clip de animación para Compay Segundo sobre La Habana.
Junten el hambre y las ganas de comer del cineasta y del dibujante, añadan la ayuda del hermano menor de Mariscal, Tono Errando, y algunas pinceladas literarias en el guión de la mano del escritor Ignacio Martínez de Pisón para tener este cuadro que ahora opta al Oscar. No es extraño que el martes, Palo Alto, el lugar donde se ubica el estudio de Mariscal, fuera una fiesta. Ha sido un largo viaje del diseñador que hacía tebeos porque no podía hacer cine.
Un trayecto que aún no ha terminado: el 27 de febrero puede saltar la sorpresa.
Javier Mariscal, artista total.
El padre de Cobi, la mascota de Barcelona-92, ha recorrido un largo camino desde que creó ‘Los garriris’ en los años 70 hasta optar al Oscar por ‘Chico y Rita’.
En el trayecto que va desde los primeros garabatos que Javier Mariscal publicó en la extinta revista El Víbora, a finales de los años 70, y la candidatura al Oscar por su codirección en la película de animación Chico y Rita, median 40 años y un perro listo que ganó la olimpiada de los Juegos de Barcelona-92.
Niño disléxico en el seno de una familia valenciana con 11 hermanos, Javier Errando Mariscal se instaló en Barcelona en 1971 para estudiar diseño en la escuela Elisava. Eran unos años en los que el cómic underground llegaba a la España del franquismo agonizante. La autoedición estaba en la base de publicaciones nacidas en esa época, en la que cuatro fans de las historietas de EEUU eran capaces de montar un fanzine a base de unas cuartillas fotocopiadas y grapadas. Eran publicaciones como El Rrollo enmascarado o Star, en las que el dibujante se fogueó junto con su amigo Nazario Luque.

«En aquella época, en 1972, hacíamos unos tebeos que eran auténticos bombazos, porque utilizábamos el lenguaje de la calle y tocábamos temas del momento: las drogas y el rock», confesaba el dibujante.

Y muerto el dictador, llegaron los años de la movida de la plaza Reial y de la Rambla, del pintor Ocaña, de un hippismo anarquista y festivo, de un piso-comuna y comunal, la transición y una democracia fresca con aroma de maría. Y mujeres e hijos…
Mariscal y sus amigos se acostaban tarde y se levantaban a mediodía, pero el artista valenciano se lo curraba: exposiciones colectivas, diseños, pósteres y camisetas, anuncios de baretos… En 1978 se sacó de la manga su Abcdari il·lustrat y, en 1979, el cartel BarCelOna, un icono de la capital catalana: mar, cielo, bares.
Y apareció la revista El Víbora, cuna de la llamada línea chunga, heredera del underground estadounidense (en contraposición con la línea clara, influenciada por Hergé). En El Víbora empezaron a colaborar Nazario y Mariscal:

«Yo dibujaba tebeos porque era más barato que hacer cine, que era en realidad lo que yo quería», decía Mariscal. No cayó en el dibujo fácil que le sugería, casi exigía, el editor viborero, Josep Maria Berenguer, que le pedía «tetas».

El sexo era mucho más comercial que Los garriris, sus primeros dibujos seriados, unos personajes de trazos minimalistas y dinámicos, con un componente gamberro que les distanciaba de su lejana inspiración disneyana.
De ese lenguaje visual surgiría la idea de Cobi, el perro olímpico, cubista y picassiano. Una mascota que, de entrada, no gustó a casi nadie, pero de la que finalmente se encariñó medio mundo. Como con Petra, la niña sin brazos que fue mascota paralímpica.
Eran personajes que destilaban buen rollo, como su creador, un diseñador que sigue teniendo pinta de niño tímido, pelo largo y rizado, y gafas para la miopía. Un sabio despistado que no tiene nada de miope. En aquellos años, Mariscal compaginaba las exposiciones colectivas e individuales con los tebeos, la imagen gráfica y el diseño. Era muy rápido:

«Hago las cosas deprisa. A veces mis clientes se mosquean, porque en una sola tarde hago el trabajo que me han encargado. Pero yo siempre digo lo mismo: los trabajos los hago en 10 minutos, pero para pensarlos he tardado años», añadía.

En la tienda Vinçon del paseo de Gràcia exponía esculturas y vendía muebles y objetos de diseño. ¿Quién no recuerda sus divertidas sillas con orejas de ratón Mickey? ¿Y a su Gambrinus del Moll de la Fusta?
La definición de Trueba
La mascota de la Barcelona olímpica fue tan rentable para los organizadores de los JJOO como magnífica plataforma de lanzamiento del Mariscal diseñador: muebles, lámparas, sábanas, manteles o todo el interiorismo de tiendas, bares y hoteles, y hasta parque de atracciones. Frescos, mediterráneos, como el propio autor:

«A mí todo lo que dibuja Mariscal me produce buen rollo, una especie de alegría contagiosa, de sensualidad mezclada con una sonrisa de amor a la vida, a los cuerpos, a la música. Y a la vez es divertido, no hay solemnidad en su dibujo (…) es como un juego, como un baile».

Así le define el director Fernando Trueba, el cómplice de su penúltima peripecia, Chico y Rita.
Mariscal ya había hecho otras incursiones en el mundo del audiovisual y del cine de animación. Además de la serie protagonizada por Cobi, había montado el espectáculo Colors, rodado anuncios y hasta las cortinillas televisivas de Antena 3. Pero su encuentro con Trueba no es de ahora. Ambos eran amigos desde hace más de 10 años, cuando Mariscal diseñó los carteles del documental musical Calle 54. Y el dibujante también había rodado un clip de animación para Compay Segundo sobre La Habana.
Junten el hambre y las ganas de comer del cineasta y del dibujante, añadan la ayuda del hermano menor de Mariscal, Tono Errando, y algunas pinceladas literarias en el guión de la mano del escritor Ignacio Martínez de Pisón para tener este cuadro que ahora opta al Oscar. No es extraño que el martes, Palo Alto, el lugar donde se ubica el estudio de Mariscal, fuera una fiesta. Ha sido un largo viaje del diseñador que hacía tebeos porque no podía hacer cine.
Un trayecto que aún no ha terminado: el 27 de febrero puede saltar la sorpresa.