Hace unos días, el presidente de la Generalitat, José Montilla, se dejó caer por Madrid para explicar a sus correligionarios del Gobierno socialista que existe un «desapego» o un «desafecto» creciente de los catalanes para con el resto del Estado.
Si vemos la situación en perspectiva, el resto de España tiene sus propios problemas y, la verdad, hacen tan poco caso a Catalunya como a Andalucía, a Galicia o al País Vasco, cuyos presidentes también intentan obtener algo para sus pueblos cuando van a ver a Zapatero.
Para el centro, o sea, Madrid, somos una comunidad más, no nos engañemos.
Pero aún así, la sensación de enfado es cada vez mayor, agudizada en estos últimos meses por el desastre de los transportes públicos.
En diversos foros circulan cartas y manifiestos ciudadanos que así lo demuestran.
Uno de ellos puede verse en el web Catalán Cabreado donde casi 25.000 firmantes suscriben, entre otras cosas, lo siguiente: «Creemos que ha llegado la hora de que los ciudadanos de Catalunya nos movilicemos de una manera decisiva para mostrar nuestra insatisfacción y reclamar unas infraestructuras y unos transportes públicos de calidad, dignos de un país desarrollado, de acuerdo con los impuestos que pagamos».
Quizá alguien debería tomar nota.