El atentado contra un grupo de turistas españoles en el Yemen hace que cualquiera tenga miedo a viajar.
Ésta es la victoria de los terroristas: meternos el miedo en el cuerpo.
Es un miedo lógico, que tira para atrás, que corta de raíz el deseo de conocer otras culturas, otras gentes.
Los fallecidos en el atentado no lo tenían: «No tenían miedo, sólo mucha ilusión y un espíritu aventurero que ya demostraron en otros viajes que hicieron juntas anteriormente», comentaba un compañero de dos de las víctimas.
Un atentado puede pasar también aquí, en Londres o en cualquier lugar del mundo donde cuatro iluminados pretenden hacer daño a media humanidad en nombre de un dios tronante o de una determinada idea.
Pero al terror no lo podemos afrontar encerrados en casa, muertos de miedo.
Hemos de ser prudentes, sí, pero salir afuera: viajar es vivir.