Estoy hasta el gorro de tener que ponerme bufanda en verano, de usar chaqueta o jersey en cualquier lugar público, porque sus responsables ponen el aire acondicionado a 21º, 20º o menos.
Hace un par de semanas, en un restaurante-congelador pillé un resfriado de aúpa. Siete días fuera de combate.
La semana pasada, en el metro de Barcelona hacía un frío de mil diablos. Situación casi idéntica en L’Auditori Nacional, donde fuimos a oír un concierto. Resultado: mi esposa, constipada.
Ayer mismo, en mi trabajo, mis compañeras de mesa se tuvieron que poner un jersey, cuando fuera, en el exterior, hacía un bochorno considerable. Una de ellas, no paró de estornudar en toda la tarde.
Ya sé que es muy complicado regular la temperatura a gusto de todos pero, por qué no dejamos que cada estación sea como la naturaleza manda: frío en invierno y calor en verano…
Pero no. Queremos pasar frío. Puro derroche de energía. Como en invierno, cuando llegas a la oficina y tienes que quedarte en camiseta, porque han subido la calefacción hasta valores tropicales.
Y luego nos extrañamos de que exista el cambio climático.