Durante los primeros días de agosto ha zascandileado en el prime time de Cuatro Jesús Calleja, el aventurero leonés que el año pasado se llevó de paseo por los Picos de Europa al presidente Zapatero. Calleja no es un tipo como Bear Grylls, un militar cuyas peripecias emite la misma cadena (El último superviviente, 17.20), ni un cazador de cocodrilos como Steve Irwin, el australiano que falleció en el 2006, a los 44 años, por la picadura de una raya.
No. El leonés es, sobre todo, un buen montañero. Lo ha demostrado al haber ascendido a las siete montañas más altas de cada continente. No es un fantasma… aunque a veces, cuando se dirige a cámara, tenga ese puntito vanidoso del deportista que se reafirma en sus logros.
Calleja ya está grabando la tercera temporada de sus desafíos extremos –en esta ocasión, junto a seis aventureros novatos que le acompañan a una ascensión al Himalaya–. Cuatro emitió el pasado jueves la última aventura de la segunda, entre tiburones, en Suráfrica. Calleja se metió en una jaula de acero, que bajó a unos pocos metros bajo el mar, junto al barco que la sostenía. Y en eso llegó un tiburón enorme, que mordía con ganas una especie de boya con una cuerda deshilachada. Nuestro hombre lo vio y se quedó de piedra. No era para menos. Al día siguiente, cuando se dirigía con sus compañeros al lugar de la inmersión, con la idea de hacerla a pelo, sin jaula protectora, el leonés expresaba unas dudas enormes. Decía: «Yo creo que las cosas hay que hacerlas convencido y esto no lo estoy haciendo…». Se le iban y venían los colores. Y entonces, se le escapó: «Estoy acojonado». Lógico. Menos mal que el tiburón no apareció. Calleja hubiera sido un enorme, apetitoso, chuletón.
DRAMA Y MELODRAMA.– El mundo del deporte lleva un par de días conmocionado por la muerte de Dani Jarque, el capitán del Espanyol. La desaparición de una persona siempre es dolorosa para su familia y amigos y, en cierta forma, para sus admiradores. Y si se trata de alguien que aún está en el primer tercio de su vida, con un futuro prometedor, ese dolor aumenta en proporción a lo que podría haber vivido y ya nunca vivirá. Pero no entiendo la tendencia de algunos jóvenes reporteros a convertir en melodrama lo que es solo un drama. Un drama más.
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