Esta mañana, mientras intentaba ordenar mi biblioteca por enésima vez, he descubierto algún libro repetido. No son muchos, la verdad.
‘El tercer ojo’, de T. Lobsang Rampa, es uno de ellos. Le hago una foto y se lo comento a mi esposa.

-Mira, tengo este libro de Lobsang Rampa, comprado en 1979, y el mismo, de 1999.

-¿Quién es ese señor?

-¿No sabes quién es Lobsang Rampa? Imposible… Si fue el tipo más famoso en los años 70 a la hora de divulgar historias de espiritualidad budista escribiendo una serie de novelas en las que se hacía pasar por un lama tibetano huido a occidente tras la invasión china del Tíbet.

-Ah. Vale.

La frase, dicha así, sin más interés, mientras vuelve la vista a las páginas del periódico, me da un poco de rabia y me obliga a buscar más información sobre el tema para defender su interés.

De repente veo que el prestigioso diario británico ‘The Guardian’ publicó hace una semana un artículo firmado por David Bramwell, y titulado ‘El lama tibetano que era realmente un fontanero de Devon’.

En resumen, lo que explica el reportaje y también otras fuentes es que ‘The Third Eye’ fue un libro publicado por Secker & Warburg por primera vez en noviembre de 1956, después de que el manuscrito fuera rechazado por otras editoriales que no se fiaban de quien decía ser un monje tibetano llamado Tuesday (‘martes’) Lobsang Rampa.
El famoso expedicionario austriaco Heinrich Harrer, autor de ‘Siete años en el Tíbet’ (1952) (adaptado al cine por Jean-Jacques Annaud y con Brad Pitt como protagonista), pagó a un detective para que investigara quién era Rampa y descubrió que se trataba de Cyril Henry Hoskin (1910-1981), el hijo de un fontanero británico de Plympton (Devonshire), que no llegó a acabar la escuela secundaria. La noticia se publicó en la prensa, pero en lugar de desmentirlo, cuando se le preguntó al interesado, Hoskin no negó ser Hoskin, pero explicó que su cuerpo había sido ocupado por el espíritu de un lama llamado precisamente Lobsang Rampa. Vamos, que se había reencarnado en él.

La familia del interesado asegura que el abuelo de Hoskins fue ingeniero jefe de las obras hidráulicas de Plympton, que sus padres tuvieron un negocio de electricidad y que él fue un niño débil, enfermo de tuberculosis. Por esta razón, dicen, no fue apto para el servicio militar y pasó mucho tiempo desempleado. Tenía ya más de 40 años cuando se ‘destapó’ como escritor.

¿Y de qué iba el libro? La historia, escrita en forma de autobiografía, comienza en el Tíbet durante el reinado del 13º Dalai Lama, cuando Rampa es un niño, hijo de un miembro del gobierno. A lo largo de las páginas, escribe de cómo crece, estudia y aprende tanto las bases del budismo como una serie de habilidades extrasensoriales, especialmente a partir de la ‘inserción’ de un tercer ojo en su frente, que le permite ver auras humanas y saber cómo son en realidad las personas con las que trata.

Es evidente que en esa época, después de la Segunda Guerra Mundial, las enseñanzas del budismo y su ideal pacifista empezaban a calar en occidente.

Al margen de la imagen folclórica de los monjes con túnicas de color azafrán y los cráneos rasurados, el budismo tiene unos 400 millones de fieles en todo el mundo, especialmente desde India y el sureste asiático hasta China y Japón. Una de sus ramas más conocidas es la del budismo tibetano, famosa gracias a la figura del Dalai Lama, que tanto predicamento tiene entre gente famosa, con el actor Richard Gere al frente.

Y parece más que probable que las enseñanzas de Siddharta Gautama, más conocido como Buda, influyeran en el primitivo cristianismo, dado que el nepalí vivió cuatro o cinco siglos antes que Jesucristo (y evito aquí cualquier elemento relativo a la divinidad del segundo).

Los años 50 y 60 fueron muy receptivos a las enseñanzas de las filosofías orientales, que calaron a fondo en el movimiento hippy, por ejemplo. En esa tesitura, ¿qué más daba que Rampa fuera un impostor o no, cuando lo que contaba era lo que la gente quería leer?

Hoy en día podríamos definirlo como literatura de autoficción y nos quedaríamos tan panchos. Y sus lectores, encantados, siguieron sus peripecias en varios libros más: ‘El médico de Lhasa’ (1959), ‘Historia de Rampa’ (1960), ‘La caverna de los antepasados’ (1963), ‘La túnica azafrán’ (1966) y ‘El ermitaño’ (1971). A estos se suman otros textos en los que Rampa mezclaba elementos religiosos, clarividencia y fenómenos paranormales. Hubo, uno, ‘Mi vida con el lama’ (1964), del que aseguró le había dictado telepáticamente su gata siamesa. En total, escribió 19 libros.

Pese al éxito popular, la prensa británica no dejó de acusarle de ser un farsante, lo que hizo que el escritor se mudara con su esposa, San Ra’ab, primero a Irlanda, luego a Uruguay y, a final de los años 1960, a Canadá, donde obtuvo la ciudadanía canadiense en 1973. Rampa murió en Calgary el 25 de enero de 1981. Tenía 70 años.

Tanto si fue un lama falso como si no, sus libros influyeron en animar a otras muchas personas a estudiar y divulgar de forma seria y apasionada el budismo tibetano, las filosofías orientales y otras formas de espiritualidad. Recuerdo una reciente charla con Francesc Miralles, uno de nuestros escritores más versados en el tema, en la que comentó: “Es que la gente quería creer en la existencia de Lobsang Rampa no de Henry Hoskin. Por eso le siguieron comprando libros”.

Quizá porque aún nos fascina el personaje ‘The Guardian’ publicó el artículo de David Bramwell y quizá por eso escribo yo estas líneas. Ah… Y casi 40 años después de su muerte, una web mantiene la llama viva del personaje ¡en 36 idiomas!: https://www.lobsangrampa.org/es/index.html

Con posterioridad a la publicación del artículo original, mi amigo Gabriel Jaraba, experto en el tema, me comentó un par de frases, que quisiera añadir. Son estas:

“Mientras Lobsang Rampa escribía sus imaginaciones, ya era sobradamente conocida la figura de Alexandra David-Neel, la gran viajera francesa que fue la pionera en el descubrimiento occidental del Tíbet, que aprendió lo más central y auténtico del budismo tibetano de fuentes originales, pues conoció al XIII Dalai Lama en el monasterio de Kalimpong, ¡en 1912! A su vez, un alemán, Ernst Lothar Hoffmann, recorriendo Asia desde Sri Lanka hasta Tibet, en los años 30, se convirtió en un lama auténtico, conocido como Lama Anagarika Govinda, por transmisión auténtica recibida de su maestro Tomo Geshe Rimpoché. Y en los años 50, el primer estadounidense en ser ordenado monje tibetano fue Bob Thurman, padre de la actriz Uma Thurman y prestigioso profesor de la universidad de Columbia, conocido como Robert A. Thurman, a quien he tenido el honor de conocer».

«Además, recomiendo vivamente la obra de Anagarika Govinda ‘El camino de las nubes blancas’, recientemente reeditada por Atalanta, que muestra los avatares de una búsqueda espiritual auténtica en pos del budismo tibetano”.

Sólo puedo agradecerle a Gabriel, una vez más, sus conocimientos y amabilidad.