Coautor de ‘Ikigai’, uno de los libros más leído dentro y fuera de España, Francesc Miralles ha escrito numerosos ensayos y obras de ficción, es músico y colaborador habitual en temas de psicología y espiritualidad en el diario ‘El País’ y en Radio 4. Su última y reciente novela es ‘La biblioteca de la Luna’

Nacido en Barcelona, en 1968, Francesc Miralles, es desde hace dos décadas un prolífico escritor de novela infantil y juvenil (algunas, premiadas) y también de adultos, con creciente fama en el terreno de la no ficción centrada en la espiritualidad y la autoayuda. El encuentro se produce una tarde de inicio de invierno en una pequeña tetería del barrio de Gràcia, donde charlamos hasta que el móvil le recuerda que tiene una cita más importante: recoger a su hijo de su clase de música. Esta entrevista se publicó originalmente en el diario digital Catalunya Plural.

-Usted es un escritor de éxito, pero dice que su vida académica fue un fracaso.
-Sí. Fue muy mala, hasta los 17 años. Suspendía mucho, cuatro asignaturas por trimestre o así. Era muy despistado, vivía en otros mundos, no sabía qué quería hacer con mi vida.

-¿Era un chaval problemático?
-No. Quizá un poco nihilista. Estaba en ambientes del punk. Me gustaba ir a los conciertos con los amigos y escuchar ese tipo de música. No tenía interés por nada en especial, sólo música y películas… No pensaba en otras cosas.

-¿Cuándo cambió usted?
-Hice un esfuerzo por pasar la selectividad, no sé cómo, y entré en la universidad. Primero, en Periodismo. No me gustó, estuve tres meses y dejé de estudiar, hasta el año siguiente, que entré en Filología Inglesa. Mientras, estuve trabajando de camarero en un bar del Barri Gòtic.

-Y su familia, ¿se lo tomaba con calma?
-Bueno, es que yo quería trabajar y con ese dinero, irme de viaje. Nos íbamos de interrail a ver otros países. Pero es que el bar donde trabajaba era muy interesante, con un ambiente bohemio. Allí había un pianista que fue quien me enseñó a tocar.

-Usted ha tenido un par de grupos de música (Hotel Guru, Nikosia). ¿Alguna influencia familiar en esa afición?
-No, aunque mi padre siempre estaba escuchando música y tenía miles de libros en casa. A mí me llevó a la música la eclosión de las bandas juveniles y la aparición de Ràdio Pica en Gràcia, una emisora que ofrecía música alternativa. Éramos como una tribu. Tocábamos música, traducíamos letras, grabábamos casetes, hacíamos fancines.

-Me hablaba de Filología inglesa, pero usted se licenció en alemana.
-Sí. Empecé inglesa en la UAB, con alemán como asignatura. Allí me influyó mucho una profesora de alemán, Anna Rossell, que me dio confianza y me hizo ser más responsable. Por eso me pasé a germánicas en el segundo ciclo, en la Central (UB), donde había poca gente, un ambiente más íntimo y relación más cercana con los profesores.

-El alemán tenía futuro…
-Sí. Cuando acabé la carrera, ya tenía varios trabajos: como traductor, como profesor… Había mucha demanda y no había problema para encontrar trabajo.

-Luego hizo un Máster de Edición.
-Cuando acabas Filología puedes ser traductor, profesor de idiomas o editor. Yo hice ese posgrado para meterme un poco más en el mundillo editorial. Aún no lo había acabado y ya tenía varios trabajos de traducir libros. De alemán había pocos traductores, pero también traducía mucho del inglés.

-¿Cómo conectó con las editoriales?
-Al inicio, por anuncios. En el Instituto Goethe alguien puso una nota en la que alguien precisaba un traductor de alemán y yo me presenté. Al final acabé en la Editorial Océano, donde traduje mucho y, al final, fui editor.

-¿En qué consistía su trabajo?
-Llevábamos libros de psicología, espiritualidad y crecimiento personal. Llegué a dirigir varias colecciones. Como una de divulgación, ‘El lector de…’, para jóvenes, que servía para introducirles en la vida y obra de autores como Kafka, Herman Hesse, Proust… También libros de autoayuda, recopilaciones de aforismos… Allí estuve varios años y fue mi primer contacto con estos temas. Traductor, corrector, eligiendo libros, luego escribiéndolos bajo seudónimo.

-¿Cómo?
-Mis primeros contratos fueron para escribir libros con seudónimo sobre estos temas. Trabajo editorial puro y duro. Elegías un nombre, tomabas como referencia varios libros sobre un tema y escribías uno nuevo. Lo hice muy a menudo. No se diferencia mucho del trabajo periodístico. La cuestión es que el refrito esté bien hecho.

-Por esa época, se fue a la India.
-A mí me gustaba lo que hacía, pero no el trabajo en aquella oficina. Si hubiera habido un ambiente amable, hubiera seguido. Pero allí había guerras e intrigas que me deprimían. Un día presenté la dimisión, y con el dinero que tenía, compré un billete a la India para estar un mes y medio con mi novia de entonces. Viajábamos en trenes, dormíamos en pensiones y allí escribí mi primera novela, infantil, ‘Perdido en Bombay’.

-¿Escribía en castellano o en catalán?
-En catalán, aunque no lo escribía muy bien. Compré una libreta a unos críos y un bolígrafo y empecé a apuntar las cosas que iba viendo en forma de la aventura de un niño que se pierde en la India. El relato lo presenté al premio Vaixell de Vapor. ‘Perdut a Bombai’ no ganó el premio, pero al jurado le hizo gracia. Dijeron a la editorial que les había gustado y que, si corregía el catalán y cuatro cosas más, lo veían muy publicable. Hice lo que me pedían, la reescribí y pagué a una amiga de Filología catalana para que me hiciera una corrección. La llevé a la editorial y se publicó. Fue la primera novela con mi nombre.

-Pero después sí que le premiaron.
-Sí, un año después, en el 2001. Presenté mi segunda novela, ‘Un haiku per a l’Alícia’, al Premi Gran Angular de literatura juvenil de la editorial Cruïlla, y lo gané.

-¿Cómo es su proceso de escritura?
-Entonces escribía a mano, en una libreta, y con una estilográfica. Y luego lo pasaba al ordenador. Escribía en el comedor, unas tres horas al día, y necesitaba dos o tres meses para el primer manuscrito. Luego, un mes más para pasarlo al ordenador y hacer las primeras correcciones. Eso lo hice con aquellas dos primeras novelas y ‘El llibre de l’hivern’. Era un poco romántico querer hacerlo de esa manera. Después empecé a escribir directamente en el ordenador.

-¿Por qué empezó escribiendo para jóvenes?
-Por varios motivos. Primero, porque es más fácil que te publiquen, cuando empiezas. Las editoriales de infantil y juvenil son más abiertas y si llegas a captar el registro, cómo funciona este tipo de literatura, y logras que te publiquen, pues tienes muchas escuelas y niños que te leen. Y luego vas a visitarles, con lo cual la cosa tiene otra alegría. En cambio, las editoriales para adultos tienen un elenco de autores muy asentados. La literatura catalana de entonces tendía a ser muy culta, con autores muy literarios, con argumentos muy aburridos, que no tenían nada que ver con mi mundo. Y eran círculos muy cerrados, un mundo difícil de entrar. Aún así, llegué a publicar un par de libros, ‘El somni d’occident’ y ‘Cafè Balcànic’.

-Pero, ¿es más fácil escribir para niños?
-Es un género que has de dominar. Para mí era muy fácil escribir en infantil y juvenil, porque yo tenía una mentalidad muy adolescente aún. Iba y sigo yendo a conciertos de rock, he ido de viaje a sitios de mochileros, que son muy jóvenes y con los que estoy acostumbrado a hablar. Para mí no era difícil meterme en la cabeza de un personaje de 17 años. Igual es difícil para un profe que ha cambiado y ya no se acuerda de cómo era de joven, pero yo he seguido haciendo esa vida.

-En muchas de sus novelas se incluyen temas filosóficos.
-Quizá se deba a mi anterior trabajo como editor de temas de espiritualidad oriental, autores japoneses, filosofía india, religiones del mundo. Todo esto está presente en mi obra, sí.

-Desde ‘Pulsaciones’, con Javier Ruescas, tiene usted un montón de colaboraciones con otros escritores.
-Sí, muchas: con Care Santos, Joan Bruna y Sonia Fernández-Vidal, una con cada uno. Con Àlex Rovira, ocho, y con Héctor García, llevamos ya cuatro, desde ‘Ikigai’ (2016) [un super-éxito internacional, publicado en 42 idiomas].

-¿Cómo trabajan ustedes?
-Cada coautoría es diferente. En algunas, uno escribe y el otro aporta las ideas, como con Àlex Rovira. Con Care Santos, uno escribió la primera parte de la novela y el otro la segunda. Con Héctor, vamos haciendo un capítulo cada uno. Como vive en Japón, hacemos citas a través de Skype a las 8 de la mañana. Pero después de las correcciones y los años, ya no recuerdas quién ha escrito qué.

-¿Ha hecho de ‘negro’ para otros autores?
-Sí. Y con mucho gusto, eh. Me encanta. Normalmente haces de negro de personas que saben mucho sobre un tema. Y es más: a algunos autores les gustaría ponerte en cubierta, y es el editor o tú mismo quien te niegas y dices ‘este es tu libro’. He hecho de negro de gente muy interesante, como la medium Marilyn Rossner. Fue muy interesante. Veía a una persona con un oficio de algo que jamás habrías pensado ver de cerca y que convives día a día con ella. Eres como un periodista: escribes de algo de lo que en principio no sabías nada; transmites lo que esta persona explica.

-¿Algún autor más?
-Mucha gente. Jesús Calleja, por ejemplo. Fui a su casa para grabarle su vida durante tres días y explicarla en un libro que publicó Planeta.

-¿Fue bien?
-Normalmente, cuando haces este tipo de trabajo, te tratan muy bien. Siempre hay excepciones, pero en general, la gente es muy amable. Calleja lo fue. Lo que pasa es que luego, en los agradecimientos, puso una lista de 150 personas y yo ni salía. Pero, vamos, a mí me da igual.

-¿Es un trabajo que se paga bien?
-Depende de la importancia del autor, de la dificultad y el tiempo. Si te lo encarga una editorial profesional, grande, sí. Te sale a cuenta en función de las semanas o meses que tengas que destinar a hacer esto. Si pierdes mucho tiempo, no.

-Últimamente tiene mucho éxito con una literatura cercana a la de autoayuda.
-Como te decía, ya había escrito de estos temas con seudónimo. Y el primero con mi nombre fue ‘El zen de la empresa: soluciones sencillas para un mundo complicado’, que muy poca gente conoce. Le añadí el nombre de un coautor japonés que no existe, Yuki Ojiro, no sé muy bien por qué. Y ahora los que he hecho con Àlex Rovira.

-Pero, ¿por qué este tipo de literatura y no otro?
-Quizá porque es lo que mi entorno profesional me demandaba más. Y es de lo que entendía más, después de 10 años de traductor, corrector y editor de este tipo de temas. Es más fácil que pueda escribir sobre autoayuda que sobre García Lorca, ¿no? Por eso escribo una vez al mes en la sección de Psicología del diario ‘El País’ y lo mismo en la revista ‘Mente sana’. También tengo un programa de media hora a la semana en Radio 4. Como ves, todo de lo que escribía y mi mundo profesional era este. Y en este mercado, hay muy pocos especialistas. Hay mucha gente que escribe de ‘coaching’, pero gente que sepa realmente de crecimiento personal, hay muy poca gente.

-Vamos, que usted vive más de la autoayuda.
-Hombre, es que de la ficción es muy difícil vivir, eso seguro. De una novela, lo normal es vender mil ejemplares, y no vives de eso. Y la autoayuda es un tipo de libro que es más fácil que te lo traduzcan y vender más. Si tu haces un libro de no ficción de un tema nuevo y tiene interés, quizá te lo traduzcan a otros idiomas. Y actualmente se vende más no ficción que ficción..

-¿Es el caso del superéxito de ‘Ikigai’?
-Sí. Es mi fuerte. Que no quiere decir que sea lo que me gusta más, porque igual me gusta más escribir una novela. ‘Ikigai’ tiene una parte de trabajo periodístico. Fuimos a Ogimi, al norte de Okinawa, donde se concentran las personas más longevas del planeta. Habían estado dos grupos de investigación antes de nosotros, unos médicos, para estudiar alimentación y forma de vida, y unos sociólogos, para elaborar estadísticas. Pero ninguno con la idea de lo que nosotros queríamos hacer: entrevistar a todos aquellos ancianos y preguntarles por su propósito vital, éramos los primeros. Así tuvimos información muy fresca para hacer este libro, que nunca pensamos sería un superventas.

-No me lo puedo creer…
-Lo hicimos para los fans de Japón, pensando que se quedaría en ese ámbito, solo. Pero luego tuvo mucho éxito porque se da una visión positiva de la vejez, de que se puede llegar a ser anciano con plena actividad y motivación. También hay mucho interés por el concepto del ‘ikigai’ [la razón de ser, el propósito vital] en las empresas y en el mundo de la educación. El éxito no llegó de golpe, sino que se fue poniendo de moda en un país, y luego en otro, y en otro: ahora, en India, a donde iré en enero a algunos festivales literarios y a firmar libros, y antes en Turquía, Holanda y otros lugares.

-Curiosamente, su último libro es la novela ‘La biblioteca de la Luna’.
-Bueno, aquí hice lo que me dio la gana. Lo escribí porque quería. Tenía muchas ganas de hacer una novela de este tipo, pero nadie me encargó nada ni tenía ningún contrato. Siempre me había gustado mucho el tema de la Luna y me divertía mucho escribir esta aventura. No tenía intención comercial.

-A mí, lo que me parece, como en otras novelas, es que es terriblemente romántica.
-Puede ser. La novela quizá sí. Lo cual no quiere decir que yo lo sea en mi vida cotidiana. Pero sí me gusta introducir toques románticos, por el tipo de diálogo y las situaciones que se producen.

-Pero, al mismo tiempo, sus personajes son bastante solitarios.
-Eso es muy propio de las novelas, en general. Si te fijas por ejemplo en autores como Paul Auster o Haruki Murakami, sus protagonistas son hombres solos. La soledad da mucho juego. El lector se pone en el lugar de esa persona y le es más fácil acompañarla. Casi te diría que la soledad es una premisa para hacer una novela.

-Por cierto… tiene tres ‘best-sellers’ de intriga, con aroma a ‘El código Da Vinci’ (2006), protagonizadas por un periodista.
-Hasta aquellos años, las letras catalanas eran de alta literatura. No se había hecho un libro como ese, tipo Dan Brown. Martí Gironell y otros autores similares aún no habían escrito los éxitos por los que se les conoce. Había algunas novelas policíacas, pero nadie se había atrevido a hacer un ‘thriller’ tipo James Bond, en catalán. Y, de hecho, el libro estuvo seis o siete meses en las listas de más vendidos. Gustó a mucha gente, y para mí fue un divertimento.

-Reconocerá que los periodistas no somos como su personaje.
-Ni como Tintín, tampoco. Para eso están las novelas, para que pasen cosas que no ocurren en la realidad.