En las últimas semanas he ido a ver dos espectáculos muy diferentes, de los que he salido con sentimientos muy contradictorios.

Si tuviera que decirlo con una primera frase, seguramente sería injusto: mucho envoltorio para tan poca chicha. Pero la chicha, la carne, el contenido está ahí. En caso contrario, estos artistas no tendrían tantos seguidores fieles que van a verles una y otra vez.

¿Soy pues excesivamente crítico? Quizá. Quizá espero más de lo que realmente dan… o pueden dar.

En el caso del espectáculo de Joaquín Cortés, ‘Gitano’, dividido en dos partes, y que a mi vecina de asiento la entusiasmó, había mucho envoltorio, jarana, el corrillo de cantaores, tocaores, bailaoras y media docena de bailarinas que cruzaban aladas el escenario.

Pero del protagonista, el gran Joaquín Cortés, muy poco.

La cosa cambió en la segunda parte, donde el bailarín y bailaor puso toda la carne y sus zapateados en el escenario.

En el show del Mag Lari me pasó algo similar. A ver: sus números son buenos, indudablemente, y cuenta con un ayudante que es básico en los trucos de escapismo: el primero, de entrada, para dejarte con la boca abierta, los dos de baúles del medio y la traca final.

Pero no sé: abusa Lari del contacto con el público en un estilo de cierta tomadura de pelo que no me acaba de entusiasmar. Es una fórmula que alarga y alarga el tiempo del espectáculo hasta llegar al final de la escasa hora y media de espectáculo. En cierto momento, él mismo lo dijo en tono autoparódico.

Quizá sea que le he visto muchas veces en la tele, en ‘El gran gran dictat’ de TV-3, y eso le hace parecer repetitivo a mis ojos, pero tal y como está el patio de la competencia, el show del Mag Lari me supo un poco añejo. Necesita pilas nuevas.